miércoles, 28 de marzo de 2018

GOLONDRINAS DE OCTUBRE


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 13 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)





Escribía… y escribía… y escribía, quizás con pasión, quizás con rabia. Encendía un cigarrillo tras otro, siempre dentro de su burbuja. Los instantes que detenía ambas acciones eran para elevar su mirada hacia el cielo como aguardando que este le diera la orden de “¡Basta ya!” Pero siempre era repetitivo y cíclico su accionar. Al cabo de unos segundos bajaba su mirada y todo volvía a empezar, retomaba su escritura y su incesante encender de cigarrillos. Tiempo atrás, mientras escribía y adicionaba lo escrito a su gran libro, no dejaba de estar atento a mis necesidades: que si tenía mi agua fresca; que nunca faltarán mis galletitas; que si la ventana estaba abierta o cerrada, según el frío o calor que presentara la ocasión. El loco divino me adoraba y se sentía muy orgulloso al hablar de mí con aquellos necesitados de esperanza que acudían a visitarlo, escuchar sus historias y llevarse el obsequio de una sonrisa.

Tres veces por semana salía de su burbuja. Se aseguraba que esta quedara bien cerrada tras de él y bajaba a mi plano con su gran libro repleto de miles de historias y una canastilla colgada al cuello, diciendo:

 - Debo ir a recoger algunos pecados de este mundo… ni se te ocurra hacerte invisible pues necesito verte a mi regreso…- y se iba muy entusiasmado. Yo percibía que su entusiasmo era ficticio, pero él era un cuentero por excelencia, un magnifico manipulador de emociones y sensaciones. Usaba sus poderes también consigo mismo para auto engañarse con el apego a una vida que, yo sabía, le era torturante. Al regresar por la tarde, volvía con una gran sonrisa, difícil de leerla y reconocerla como parte de su disfraz de repartidor de esperanzas si no se es un observador acucioso. Se aseguraba de mi visibilidad, de que tuviera mi agua fresca y mis galletitas. Si traía gelatina, helado de chocolate o dulce de leche, lo ponía a mi disposición con el claro propósito de hacerme feliz y luego él comía las sobras que yo dejaba.

La canastilla que llevara colgada al pecho, siempre retornaba llena de papelitos escritos que nunca me dejó leer.

- Estos son gritos del alma que sólo yo debo leer y aplacar- Decía. Luego subía desde mi plano hacia su burbuja y una vez dentro de ella iba leyéndolos uno a uno.  Conforme terminaba de leerlos, se los llevaba a la boca y los tragaba con un sorbo de agua fresca, y nuevamente escribía… y escribía… y escribía…

Muy entrada la noche, cuando esta empieza su litigio con el amanecer, el cuentero abandonaba su burbuja, la cerraba cuidadosamente y bajaba a mi plano buscando acurrucarse a mi lado. Yo sabía que no requería de mi tibieza corporal, era un alma solitaria que necesitaba de mi compañía; necesitaba cuidar de mí, necesitaba saber que yo era y estaba. Aunque lo estorbara o lo importunara a veces, yo era su ancla a esta vida. Entre dormitando, estiraba su brazo para que yo recostara mi cabeza sobre él y entonces se dormía profundamente esbozando una hermosa sonrisa con la que se iba hacia los mundos que soñaba.

El día siguiente era casi un calco del anterior: Yo lo despertaba con palmaditas en su rostro y el cuentero se levantaba refunfuñando pero sonriente. Se ocupaba de mi agua fresca y mis galletitas y subía a su burbuja a escribir hasta que algún desesperanzado viniera a interrumpirle solicitando que con sus historias le regale una sonrisa.

Una mañana toda esta rutina varió. El cuentero se despertó por si mismo, con un optimismo inusitado. No se ocupó de mi agua fresca ni mis galletitas, sólo me dijo:

-¡Hoy es día de migración de golondrinas! Lo he soñado por dos años y hoy es el día. Debo ver ese espectáculo para escribir sobre ello- se fue y no volvió hasta después de tres semanas.

Cuando le vi llegar tenía los ojos empapados en llanto y por su rostro caían borbotones de lágrimas que acababan su recorrido en el piso, humedeciendo el polvo. Lamí sus mejillas y entonces supe que lloraba por amor, no eran saladas,  eran lágrimas con sabor a agua de manantial. Lloró por tres días consecutivos. No escribió, no atendió a los desesperanzados que venían a pedir sonrisas ni salió con su canastilla al cuello a recolectar pecados. Al cabo de esos tres días abandonó la posición de cuclillas en que estuvo, se puso de pie y sonriendo, mientras se ocupaba de mi agua fresca y mis galletitas dijo:

-¡El próximo año también habrá migración de golondrinas!- Subió de mi plano a su burbuja y escribió… y escribió… y escribió…

Aquella noche algo determinante marcaría un antes y un después. El cuentero estaba escribiendo en su burbuja, como de costumbre, cuando escuchamos que desde la reja de entrada una voz reverberante llamaba:

-¡Cuenteroooooo, se que estás allíiiiiiiiii!- Los desesperanzados jamás acudían a él a esas horas ¿Quién podría llamar a esas horas y con tanta familiaridad?

El cuentero, al escuchar el llamado salió de su burbuja y presuroso bajó a mi plano, dirigiéndose a la reja de entrada. Yo fui tras él ya que tuve un mal presentimiento.

Al otro lado de la reja había una siniestra figura cubierta por un manto blanco aupada sobre una extraña y espantosa criatura.

-¿No me reconoces, cuentero? Soy la implacable Mala Suerte montada sobre la Desdicha. Tenemos una cita pendiente. Sabes que debo alimentar y cebar a Desdicha con las sonrisas que te empecinas en dibujar a quienes hallas en tu camino- dijo al tiempo que palmeó con devota complicidad el lomo de la repugnante y rechoncha criatura que montaba.

-No se cómo le haces, cuentero. Siempre que te visité te arrebaté esos artificios que usas para fabricar y repartir sonrisas pero siempre te das maña para crear otros. Ahora Desdicha tiene más apetito que nunca y recurro a ti ya que nunca me fallas, siempre tienes algo nutritivo para saciar su voracidad.

- ¡Te juro que no tengo nada! ¡Te lo juro!- Repetía implorante el Cuentero, pasmado y retrocediendo paso a paso, con los brazos abiertos, extendidos hacia atrás, el rostro desencajado y los ojos como queriendo salírsele de sus orbitas, retrocedía paso a paso.

-Eres un embustero, a mi no lograrás engañarme con tus cuentos. Tienes tu libro, será un buen aperitivo para Desdicha. Sabes que son las reglas de el juego de la vida: Cuando Mala Suerte y su inseparable Desdicha se presentan a tu puerta, algo deben llevarse de ti…- Mientras hablaba iba despojándose del manto que la cubría, dejando expuesta su exquisita desnudez sin rostro, mientras por su cuello, cual si fuera una fumarola, expelía una estela de humo, volviéndola más tétrica aun.

-¡Noooo! ¡No te daré mi libro! ¡Desdicha no se tragará mi libro!- El cuentero había retrocedido hasta topar la espalda con una de las paredes. Desde allí, acorralado, seguía implorando por mantener su libro de cuentos con el que dibujaba sonrisas en los rostros de los desesperanzados.

Sin siquiera voltear hacia mí, la enigmática hembra me señaló diciendo:

-Entonces lo quiero a él, está lleno de felicidad y servirá para aplacar un poco, aunque más no sea, el apetito de Desdicha.

El cuentero se arrodilló y juntó las manos como si fuera a elevar una plegaria.

-¡Él es lo único real que me ata a esta vida! ¡Sin él mi vida no tendría sentido! Te ofrezco mi cuerpo y mi carne toda… yo seré la cena de Desdicha pero a él… no lo toques…te lo ruego- suplicó.

-Tú no me sirves, cuentero. Eres un desdichado, un infeliz acervo de huesos y pellejos. Ya sabes, Desdicha se alimenta de sonrisas, alegrías y felicidad, así es que tu gato le vendrá bien ¡Él sí que reboza felicidad! Ja, ja, ja.

-¡Huye, Orión! ¡Huyeeeeeeeee!- Me gritó el cuentero. De un salto trepé el muro empedrado y me perdí entre la noche y el follaje de los árboles aledaños. Desde allí podía ver y escuchar todo lo que acontecía sin correr peligro. Desdicha acercó su hocico y centímetro a centímetro fue husmeando ansiosamente el cuerpo del cuentero que no cesaba de llorar e implorar. Al llegar a su pecho su inquietud se hizo más evidente.

-¿Qué tanto hueles a ese infeliz? ¿Es que acaso te interesa tragar carroña?- La humeante hembra se encorvó a medias, estiró su mano tocando y con su dedo índice, levantó el rostro del cuentero.

-¿Acaso ocultas algo de felicidad en ti? ¡Muéstrame tus sueños y recuerdos!- dijo irónica. El humo que brotaba de su cuello se intensificó cubriendo casi todo el ambiente para luego dar paso a la presencia tangible de un precioso cielo por el que surcaba una bandada de gráciles golondrinas. Observé su vuelo y mis ojos manifestaron satisfacción.

- Aja ¿Con que esta es la esperanza que ocultas, eh, Cuentero? Mmm... ¡Provecho Desdicha! Ya tienes algo para tragar ¡Devórate esta ilusión! Que no quede ni el mínimo recuerdo de la migración de esas estúpidas golondrinas.

Desdicha se dio a la tarea de engullir el cielo. El cuentero era un mar de lágrimas, moco y babas chorreaban por su rostro. Resignado, no miraba el festín que se había desatado. Desde mi lugar recordé y pensé en cómo ese hombre infeliz dedicaba su vida a entregar felicidad y sonrisas a cuanto se le cruzara en su camino… no era justo que la Mala Suerte y Desdicha se ensañaran de ese modo, arrebatándole la única ilusión real que le quedaba… ver la migración anual de las golondrinas.

Sin dudarlo, salté sobre la cerviz de Desdicha y de allí pegué un brinco haciendo molinetes con mis cuatro patas para espantar la bandada de golondrinas, para que huyan de aquella visión. Furioso, continué dando arañazos a diestra y siniestra entre el hocico y los ojos saltones de Desdicha, forzándola a escabullirse en una loca y ciega carrera junto con su amazona, la Mala Suerte.

Una vez superado los acontecimientos, el cuentero y yo nos mudamos a la chimenea de un tejado. Ambos estamos aquí en la actualidad, esperando ver pasar la migración anual de las golondrinas.

Todo sucedió de un modo imprevisto, se suponía que debíamos esperar la próxima estación para apreciar la migración pero un aleteo despertó nuestra curiosidad... ¿Las golondrinas? Preguntó asombrado y jadeante, el cuentero. Asomamos la cabeza y vimos una lluvia de plumas blancas. Me volví loco de emoción, saltaba tratando de aferrar alguna con mis uñas filosas pero fueron cayendo, tapizando el suelo de plumas blancas. Cuentero estaba desconcertado mas yo, de visión gatuna, pude distinguir la bandada de ángeles que se esfumaron en el cielo hasta desaparecer por completo.



(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 22 de marzo de 2018

LA NOCHE QUE LLORÓ EL SOL

Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.

Cap. 12 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)




La brisa que entró por aquella ventana, fue trayendo hoja por hoja hasta completar el libro sagrado que yacía sobre la mesa. En él estaban contenidas palabras y voces muy antiguas que narraban historias de esas cuyos recuerdos se esfuman en las memorias quedando como legados a la posteridad por obra y gracia de visionarios alucinados; ellos redactan crónicas de hechos que jamás atestiguaron y que quizás nunca ocurrieron… ¿O sí?

En tiempos muy lejanos, desde el otro lado del mar, llegaron a estas tierras, enormes criaturas cuadrúpedas con brillantes monturas sobre sus lomos de las que emergían seres de metal bruñido, con largos brazos que escupían fuego y sonidos de trueno. Su aspecto sembraba terror en quienes los veían. El suelo temblaba al paso de sus pisadas.

Su ansiedad era fácilmente perceptible: buscaban las brillantes lágrimas que sobre estas tierras derramara el Sol, y nada ni nadie detendría su ambicioso afán. Para lograr su cometido sometieron a hijos de dioses atándoles las manos y colocando cepos a sus cuellos para matar su dignidad y nobleza. Interminables hileras de cautivos liados con cuerdas y cadenas eran arreadas, cargando pertrechos y provisiones sobre sus espaldas cual si fueran bestias de carga. Las mujeres eran usadas para satisfacción de sus bajos instintos carnales y/o como servidumbre en la recolección y labores domésticas, siempre desde maltratos que lograban avasallarlas. Los azotes eran persuasivos constantes a la indigna y servil obediencia. Muchos morían a causa de la desnutrición, los trabajos forzados y las enfermedades venéreas que los saqueadores trajeron consigo.

Nada detenía su ambicioso andar. Flechas, dardos, piedras y cualquier otro tipo de resistencia, resultaban inútiles contra sus armaduras y el ímpetu por apoderarse de las brillantes lágrimas del Sol. Valiéndose del temor que infundían, conminaron al enfrentamiento  de hermanos contra hermanos, induciéndolos al pecado de la traición hacia su misma sangre. Destruyeron culturas ricas en valores sociales, decapitaron Dioses y eliminaron tradiciones para imponer a cambio, costumbres decadentes y credos hipócritas. En sus pechos y estandartes llevaban pintadas aspas que decían ser la representación de un Dios sabio y verdadero, a ellas veneraban y ante ellas se santiguaban antes de iniciar cada matanza. Obligaban a los vencidos, a besar estos símbolos en actitud de sumisión. Cambiaban sus nombres nativos con el fin de desintegrarles su identidad, evitando que tuvieran un pasado al cual aferrarse,  pretendiendo convencerles de que eran una raza sin ancestros, una desheredada raza destinada a lamer los pies de los invasores que vinieron del otro lado del océano.

Entre estos saqueadores de armadura que, sin escrúpulos ni remordimientos herían, mutilaban y masacraban, se ocultaban otros invasores más perversos aún… los que utilizando la  palabra como arma, asesinaban credos, extirpaban ideas y doblegaban las almas. Ellos eran los encargados de interrogar y torturar a los sospechosos que, supuestamente, conocían los lugares en los que se podía hallar más lágrimas de Sol. Otra de sus funciones era la de oficiar rituales dedicados al símbolo de su aspa protectora, allí predicaban, subliminalmente, una obediencia unilateral de parte de los nativos. La maquiavélica premisa de esta doctrina era “soporta cualquier abuso sin protestar, pues eso te hará merecedor del paraíso”. Para la ocasión, vestían largas túnicas y escondían su rostro bajo capuchas.

Durante más de un siglo arrasaron caseríos, reinos e imperios con el único fin de arrebatar hasta la última gota de las brillantes lágrimas del Sol. Cuando ya no quedaba ninguna sobre la superficie de estas tierras, forzaron a los nativos a cavar y adentrarse en las entrañas de la tierra misma, en busca de las codiciadas lágrimas. Con habilidad de ratas, los nativos cavaban el subsuelo en jornadas largas y agotadoras, durante las cuales apenas si se les suministraban pequeñas raciones de granos y agua. En las galerías subterráneas, la muerte por inanición, asfixia y derrumbes, era una constante.

Resignados a esa subsistencia inhumana, los nativos habían perdido toda voluntad, hasta que un día, un grito retumbó desde las montañas: “¡BASTA YA!”. Quien profirió este alarido de protesta fue un nativo llamado Hamarúc. Harto de tanta degradación, muerte, abusos y mentiras, se descubrió el torso y arengó a un grupo de sometidos a la rebelión. Armados con piedras y palos, atacaron sorpresivamente a un grupo de sus opresores. Les arrebataron las cabalgaduras y destrozaron sus armaduras, dándose con la sorpresa que debajo de esa metálica piel había seres de carne y hueso… pero con el alma corroída por la ambición.

Una vez despojados de sus atavíos, fueron entregados a la plebe para que saciaran su sed de venganza por todos esos años de perversión, maltrato y muerte de los que fueron objeto. Hamarúc se reservó al jefe; lo tenía de rodillas ante sí, lo cogió por los cabellos y le vociferó al rostro

-¡Aquí sólo habemos dos culpables de esta masacre, tú por ser una hiena sanguinaria, asesina y ambiciosa, y yo por ser un león que se hartó de tus malas acciones!- A continuación, tomó una daga de pedernal, seccionó la cabeza de este y la levantó en señal de triunfo para que la vieran los sediciosos que estaban presentes.

La noticia del atrevido alzamiento de Hamarúc, corrió velozmente, llegando a oídos del grueso de los invasores, quienes no se demoraron en alistar a sus tropas con la finalidad de desagraviar la afrenta. La horda que acompañaba a Hamarúc, los vio aparecer como hormigas amenazantes en el horizonte. Eran miles de miles armados hasta los dientes, mas los poquísimos amotinados no se amilanaron y permanecieron en sus lugares, dispuestos a dar lucha… la presencia de Hamarúc, el león rebelde, su líder, les infundía valor y fe.

Los invasores con sus armaduras, los exterminaron en cuestión de minutos. La carnicería fue brutal, el fuego que expelían los brazos de los invasores atravesó sus carnes desatando una muerte en cadena; con unos cuantos estampidos aniquilaron a aquel puñadito de valientes que cual roedores, osaron morder la cola del dragón.

Hamarúc fue tomado preso vivo y clavado de manos y pies a una simbólica aspa de madera que erigieron en una colina para que todo nativo que por allí pasara,  viera su agonía como escarmiento disuasivo contra cualquier otro intento de rebelión. El león rebelde soportó su tortura sin proferir un ¡Ay!  El tercer día, levantó su mirada para, desde la atalaya en que había sido crucificado, ver la inmensidad de aquellas tierras que les fueron entregadas por los dioses a sus ancestros y que una manada de saqueadores vestidos de metal se las arrebataron para apropiarse de las brillantes lagrimas que el Sol vertió sobre ellas como dádiva por ser una raza divinamente escogida. El león rebelde lloró y el líquido de su llanto cayó al piso formando un manantial. Los clavos de sus manos y pies saltaron y Hamarúc se elevó a los cielos con los brazos extendidos. Cuando los invasores regresaron con la intención de desmembrar su cadáver y enviar sus piernas y brazos a cada punto cardinal como macabra lección, sólo hallaron el aspa de madera vacía y el manantial que su último llanto formó.

Cuentan aún, los ancianos del lugar, que nativo que pasara por aquel lugar y aplacara su sed en las cristalinas aguas del manantial, al levantar su vista ya tenía otra mirada… la misma mirada que tuviera Hamarúc aquella tarde que desnudó su torso y se enfrentó a sus opresores. En aquellas aguas se gestó la liberación de estas tierras del yugo de los invasores vestidos de metal bruñido que montando en sus cuadrúpedas bestias, aparecieron desde el otro lado del mar a robar las brillantes lágrimas del Sol.

 

Entre las últimas páginas del libro sagrado que yacía sobre la mesa había una hermosa y larga pluma blanca.


(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)


jueves, 15 de marzo de 2018

LOS PARPADOS DE ETHEREA


Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Mientras me daba de beber de su seno, acariciaba mis crines; con esa devoción que sólo confiere la toxicidad del temor a perder algo muy preciado. Todo, tal cual lo haría una madre amorosa… más no soy su crío.

Cuando me hube saciado, solté su pezón, estiré el pescuezo y mi hocico alcanzó un plano más allá de estos cielos. Entonces bostezaba atragantándome en cada bostezo con los sueños de allá, para traerlos entre mis fauces y luego soñarlos acá.

Es quizás por ello que cuando duermo me sientes lejano; y cuando estoy despierto me percibes extraño, amor mío.



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)



jueves, 8 de marzo de 2018

BESO DE SANGUIJUELA

Ilustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Todos escuchamos sus alaridos, aunque el extraño los hacía en silencio. Su boca fue cosida con alambre, y aun así escupió su “furia”.

Todos veíamos la venda de sus ojos, sin embargo, percibimos su mirada de fuego relamiendo nuestras pieles con su desprecio.

Luego de ello abrió sus alas, pero no voló, levitó… y cuando desapareció entre las estrellas vimos, sobre el lugar donde estuvo posado, un charco azul relleno de penurias viscosas, y al centro, una orquídea púrpura.

He sido testigo de los últimos Apocalipsis, pero la cicatriz más grande que llevo en mi mente… es la que me infirió el extraño con su partida.



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)

jueves, 1 de marzo de 2018

UN CÁLIZ VACIO


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía

Cap. 11 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)



Desde muy niño, Nim dio muestras de ser un elegido, un ser especial, uno de esos pocos que nacen para guiar grandes rebaños de “normales”. Era evidente que por sus venas corría sangre de Titán, en sus genes, la semilla de aquellos que tiempo atrás, subrepticiamente bajaron del cielo y preñaron a ciertas hembras, sembrando sus entrañas  con su herencia. La contextura física de Nim era superior a la de los demás. Estaba dotado de gran estatura, era hermoso y temerario… Su agudeza y carisma lo destacaban ampliamente muy por encima de cualquier normal que hubiera estampado huellas en el suelo de este planeta.

Los “normales” eran de naturaleza débil. Poseían una piel endeble, fácil de rasgarse y eso los exponía a desangrarse ante el menor accidente o ataque de bestias que pululaban en constante acechanza de presas. Esa fragilidad los estaba llevando al borde de la extinción y por ende, a la supresión de su presencia en el contexto de la forja de un legado. Apenas si pasarían como el recuerdo de una huidiza especie que sirvió de alimento a los depredadores.

Nim vino a este mundo con habilidades paranormales. Tenía excelentes reflejos y una gran fortaleza física y emocional. Fabricar armas y artificios para enfrentarse a las bestias que merodeaban por su precaria aldea, era un juego para el pequeño Nim, quien desde muy jovencito supo erigirse como un “Alfa” entre la gran manada de los “normales” con los que convivía. Poco a poco su fama de cazador y protector se propagó por toda la faz del planeta. Desde las zonas más lejanas, venían grupos y clanes de “normales” dispersos, a solicitar la protección  del gran “Nim”

No tardó el hábil cazador en convertirse en líder y luego erigirse Rey de su clan. Su poder iba en aumento, el reinado resultaba insuficiente para su sed de poder, entonces iba camino a ser el protector y guía de un imperio, el emperador de todos los “normales”. Nim el único, Nim el grande, “NIM, REY DE REYES”

Una vez acaparado todos los dones, dádivas y circunstancias favorables, conquistar poder, riquezas y el respeto de sus súbditos, fue lo esperado. Del mismo modo y como consecuencia de su grandeza, era el poseedor de la mujer más hermosa de todas las habidas. Claro que la vida no olvida su sarcástico juego y siempre se ensaña quebrantando la dicha total con algún “pero…” Para Nim, la desdicha fue la imposibilidad de procrear.

El gran Nim, dueño del destino de cada integrante de la raza de los “normales”, estaba incapacitado para engendrar su prole. Entre tanta luz que irradiaba, esa era la parte oscura de su existencia, el origen de sus penas, desdichas y fatales desatinos.

Ese ingrato segmento de su existencia era el secreto que guardábamos celosamente, el gran Nim, su esposa Semira y yo. Crecimos juntos, compartiendo juegos de niños, nuestras primeras experiencias con las hembras de la especie, luchas, batallas y su precoz asenso al poder, yo, refugiado en su fuerza y destreza y él, amparado en mis consejos y opiniones.  Fue así que me convertí en el guardián de sus confidencias.

Por lo demás, Nim seguía sorprendiendo a la humanidad con sus genialidades. La que más trascendió, pues no había precedentes, fue la de construir una muralla de protección que rodeara el perímetro de su extenso reino, una hazaña que agregó a la enorme lista de sus proezas. Nim era el arquitecto  de la primera ciudadela edificada y amurallada con piedras y ladrillos. Había construido a pulso, un cobijo de material noble para guarecer a toda la raza de los “normales” y sin embargo era incapaz de construirse un hogar propio, como cualquier mortal. Esto era motivo de preocupación pues si no tenía hijos, no estaría completo, quedaría expuesta ante sus vasallos, esa maldita fisura que lo condenaba. Esa oquedad por la falta de un heredero biológico  para mostrar al mundo, fue la tortura que  transformó al noble protector en un tirano cruel y despiadado.

Una tarde, en el preciso instante  en que el día agoniza y el sol se desangra tiñendo al cielo con tonos rojizos, un ser misterioso -De esos que producen frío y angustia a quien los mira o se les acerca-  apareció en palacio diciendo tener un mensaje vital para el gran Nim. Estaba cubierto de pies a cabeza por una gran manta negra que arrastraba por el piso como si tuviera la orden de borrar sus pisadas. Lo conduje hasta el trono y cuando estuvo frente al gran Nim, se postro ante él y beso sus pies.

-¿Quién eres? Di lo que tengas que decir y lárgate- Exclamó Nim, fastidiado.

Sin abandonar la postura de devoto arrodillado, el extraño dijo:

-¡Soy la solución a tus problemas!  Soy quien puede darte el cáliz con tu sangre para que la muestres a tu pueblo. Te daré el hijo que tanto anhelas, te convertiré en el Dios de todos esos “normales” que te siguen.

- ¿Por qué tanto interés? ¿Qué deseas?- quiso saber Nim que para entonces mostraba curiosidad y recelo al mismo tiempo.

- A cambio quiero que me nombres tu sacerdote mayor y hacer todo lo que yo te indique- A partir de aquellas palabras, el gran Nim perdió toda voluntad, ni siquiera quería oír mis consejos.

Inicialmente, yo me opuse, no me gustaba nada este asunto.

- Nim, Dios no verá con buenos ojos lo que vas a hacer- Fue mi consejo.

-¿Y crees que a mi, al gran Nim, le puede interesar lo que opine un Dios que jamás se ocupó de proteger a esta raza que yo albergo, resguardo y guío? Aquí yo soy Dios. Esta raza vive e ira esparciéndose y dominando el mundo porque yo se lo he concedido. No vuelvas a mencionar a ningún Dios que no sea yo o lo interpretaré como una blasfemia contra mí y no dudaré en negarte el derecho a seguir viviendo. Entiende bien esto: Soy el dueño de tu vida y de la vida de cada uno de los “normales” ¡Ustedes me deben la vida a mí y sólo a mí!

 Mientras decía esto, una sombra negra en forma de disco cubrió la luna privando de su luminosidad al mundo. En la absoluta oscuridad, el chisporroteo del fuego que emitían los ojos del gran Nim se hizo más notorio.

-Ve y trae inmediatamente al más hermoso y mejor dotado de mis esclavos, quiero tener un hijo que compita conmigo en belleza, fortaleza y brío- acaté su orden sin mediar palabra.

En el cielo, el disco se dispersó y la luna recuperó su fulgor iluminando la cópula del esclavo con la Reina Samira. El gran Nim se me acercó y me dijo al oído:

-Déjalo que concluya su cometido y luego, llévatelo lejos y elimínalo. No debe haber boca que hable de esto.

Yo no era un asesino, así es que ayudé a huir al esclavo y lo dejé libre. Regresé al palacio, no sin antes manchar mi espada y manos con sangre de cordero.

Cuando nació el fruto de esa farsa, el sacerdote mayor convocó a todos los “normales” del mundo. Con el gran Nim y la Reina Semira a su lado y el niño entre sus manos, se acercó al balcón, elevó sus brazos al cielo y mostró al recién nacido a la multitud, diciendo:

-¡Este es el cáliz que contiene la sangre del Dios Nim, nuestro Dios!

Como presagiando la tragedia, el cielo se oscureció y una estela de luz bajó del mismo. El suelo empezó a temblar. Desde el norte sopló un enérgico viento desintegrando a su paso cada piedra y cada ladrillo de la majestuosa ciudadela. Entre la polvareda que pugnaba por cegarme, alcancé a distinguir al gran Nim, cual si fuera un escorpión, introducir su propia daga en sus entrañas. Semira quiso escabullirse pero unas lianas “salidas de la nada” la sujetaron forzándola a mirar la catástrofe que su mentira había causado.

Pasado el cataclismo, me levanté penosamente y empecé a caminar entre los cientos de miles de cadáveres que quedaron regados por acción de lo que debió ser el castigo divino. Noté que tenía heridas en el pecho pero seguí caminando, esquivando los cuerpos que la muerte había dejado por doquier.

 

Plumas blancas cubrían la vastedad del lugar… en mi camino fui hallando algunos “normales” que, atónitos ante tal destrucción, luchaban por ponerse de pie. También ellos mostraban heridas en el pecho similares a las mías. Fue entonces que pude distinguir que aquellas llagas se articulaban en un epígrafe: “SÓLO LOS JUSTOS PERDURARÁN”.


(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 53 cms. Precio $.600 dólares americanos)

miércoles, 14 de febrero de 2018

ALEA IACTA EST


Ilustración y poema de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)





¡Bienvenido al repollo, amor mío!

Llevo mucho aguardando tu triste mirada.

Hoy viniste asustado, mas no olvidaste tu sonrisa de niño cínico.

No sé cuánto te dañaron allá afuera, ni quienes lo hicieron…

Tengo brazos para rodearte como se te antoje.

¡No temas esta noche, amor mío!

Si trajiste lágrimas, seré tu abnegada madre.

Si trajiste de lo otro, seré la hembra demente de tus fantasías.

Quizás mañana al partir, ni desees volver la mirada.

Te iras con las manos vacías de recuerdos míos.

¡Y volveré a esperarte, amor mío!

Siempre habrá un camino de regreso.

Aunque tu retorno sea con otro rostro, aquí estaré aguardándote.

Ven con tu mirada triste y tu sonrisa de niño cínico.

Trae tus lágrimas, o trae de lo otro… pero ven.

¡Bienvenido al repollo, amor mío!

¡Bienvenido a mi soledad de madre!

¡Bienvenido a mi calor de amante…!

¡Bienvenido al repollo, amor mío!



(Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)


lunes, 12 de febrero de 2018

NO QUIERO VER


Video (Música e imágenes de Oswaldo Mejía)


Vídeo  del track  "NO QUIERO VER", canción de mi autoría, en composición y arreglos, y que fuera parte de la discografía de mi otrora banda "BREBAJE" , donde también ejecutaba la guitarra líder. La voz en esta oportunidad recayó sobre la responsabilidad de F. Vargas



jueves, 8 de febrero de 2018

APRENDIZ DE ANGEL

IIustración y prosa de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)





*-Dime, mi fiel consejero ¿Qué tienes para mí?

**-¿Sabes que estas criaturas tienen adheridas a su esencia, una extensa variedad de vidas animales? Mas casi todas ellas resultan inútiles y hasta contraproducentes a nuestros propósitos, mi Señor… A nosotros nos interesa que su rango de acceso prioritario sea apenas entre el felino y el perro que llevan dentro.

*-¿De que hablas anciano demente?

**-Para que tú, como gobernante y yo como la voz de tu conciencia tengamos larga vida, a estas criaturas debemos limitar su naturaleza totémica a perro y gato; neurótico y psicópata; el lleno de culpas y remordimientos… y el inescrupuloso. A ambos los haremos relevantes si ponemos en sus manos lo que llamaremos religión. Con ello te convertiré de Rey a Dios; y yo seré el intermediario entre ellos y tu divinidad… Yo seré el Guardián de la fe.

*-El perro y el gato... El lleno de culpas y el inescrupuloso… Tiene sentido. Dime ¿Y nosotros dos, qué sitial ocupamos en ese rango? ¿Somos perro o somos gato?

*-Mi Señor, nosotros no nos metamos en ese saco. Tú y yo, desde ahora, somos divinos… ¡Je-je-jeeeeeee…!



   (Pieza única. Año 2012. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)




miércoles, 31 de enero de 2018

ES ROCA EL DRUIDA


Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía

Cap 10 del libro "Delirios del Lirio"

(Derechos de autor, protegidos)




Caseríos, aldeas y ciudades enteras eran arrasadas a su paso. Se decía que por donde hubieron transitado sus huestes, no quedaba ladrillo sobre ladrillo, ni roca sobre roca. Él mismo se hacía llamar “EL LÁTIGO DE LUCIFER”. Quien se cruzara en su camino era despojado de todos sus bienes, incluyendo la vida.

Miles y miles de enormes bestias enfundadas en pieles de animales de las que colgaban cráneos y demás fragmentos óseos de sus víctimas, exhibiéndolos como trofeos, recorrían el mundo sin un norte fijo. Claros eran los objetivos que los motivaba: saquear, destruir, violar, exterminar cualquier tipo de vida que no fuera la de ellos mismos.

Encaramados en terroríficas cabalgaduras bípedas con cabeza de reptil y larguísimas patas rematadas en cascos que sacaban chispas al friccionar el suelo que pisoteaban, iban de aquí para allá cual portadores de destrucción y muerte. Cuando aparecían en el horizonte, seguidos de la polvareda concentrada con el humo proveniente de las antorchas que portaban como preludio del holocausto, el cielo se enlutaba y en contraste, la tétrica luz del fuego que transportaban en sus manazas se tornaba más penetrante. Todo hombre, animal o bestia que hubiese visto ese dantesco espectáculo, difícilmente conservaba su existencia para describirlo. Singularmente, la vida de los dementes era respetada por estos seres siniestros. EL LÁTIGO DE LUCIFER estaba persuadido de que los locos eran los enviados directos del “SEÑOR DE LOS CIELOS”… y él no quería verse involucrado en el conflicto que arriba libraban, su amo, el mismísimo Demonio, con las fuerzas celestiales. Al menos poseía la cordura de saberse un destructor terrenal, verdugo de humanos, sayón de mortales… el terror del mundo… pero terrenal al fin…

La primera vez que me enfrente a él y sus huestes, venían del sur. Se detuvieron a unos trescientos metros de mi aldea; desde nuestras casuchas vimos cómo sin descender de sus cabalgaduras, se atiborraban de bebidas embriagantes mientras excitaban con cánticos a su líder. Se sabían dueños de la situación, eufóricos al alimentar nuestra angustia con la espera pues ellos no tenían prisa por regar su mensaje de muerte.

Empuñé mi cayado y muy decidido fui a su encuentro. Estaba a unos metros de EL LÁTIGO DE LUCIFER cuando este me vio y acto seguido, interrumpió su desenfrenado brindis. Desde lo alto de su cabalgadura arrojó el cráneo que le servía de jarro para libar y lo estrelló contra el empedrado. Me miró fijamente, levantó el dedo índice por encima mío señalando mi aldea, mientras que con su vozarrón pronunciaba palabras inentendibles, una especie de dialecto que en mi largo trajinar por el mundo jamás había oído. De inmediato, su General BELCEBAAL, el más leal y sanguinario de sus chacales, puso en marcha a la horda y enrumbaron en tropel hacia mi poblado, pasando por mis costados, pero teniendo la precaución de no rozarme siquiera. Al mirar hacia atrás, pude ver cómo mi gente, despavorida, intentaba inútilmente huir de su irremediable destino. Lleno de impotencia caí de rodillas y sólo atiné a observar tamaña carnicería ¿Qué otra cosa podía hacer?

Culminado su cometido, el ejército de bestias retornó con el producto del saqueo: joyas, monedas, telas, pieles, comida y vino; retornaron a sus posiciones, a las espaldas de su líder, EL LÁTIGO DE LUCIFER. Este se dirigió a mí con un lenguaje que yo pude entender:

-Agradece a tu Dios que sigues vivo, él sabrá por qué te concibió demente y te envió aquí. No soy quien para derramar tu sangre- Dio media vuelta y se fue seguido de su infernal ejército. En ese momento advertí el calor del viento a medida que el fuego iba consumiendo aquella que alguna vez fue mi aldea. Bajé la cabeza, vencido, apesadumbrado… entre mis pies había tres plumas blancas.

Durante mucho tiempo caminé sin cesar en sentido contrario a la dirección escogida por EL LÁTIGO DE LUCIFER. Me detuve de modo brusco cuando ante mí apareció un oasis. En ese paraíso imprevisto se hallaba una niña; estaba sola y parecía desdichada, con sólo mirarla a los ojos, se podía descubrir la tristeza de su alma. Tenía el cabello desordenado y teñido de diversos colores. Me vio llegar y sin inmutarse continuó jugando con una ramita que introducía en las aguas diáfanas del manantial; la humedecía y luego la llevaba a su boca sorbiendo las gotitas que conseguía juntar. A pesar de estar extasiado con la visión esplendorosa de esa niña ingrávida, atendí la urgencia que reclamaba mi sed; junté mis manos haciendo un cuenco y sin dejar de mirarla tomé unos tragos del líquido elemento. Mientras bebía, con un murmullo dócil me dijo:

-Eres un druida, eres sabio…  por ello llevas el miedo y la duda sobre tus hombros. Si ya saciaste tu sed, tenemos que ponernos en camino, debemos cumplir lo que escrito está, aun cuando nos falte la capacidad para descifrarlo. ÉL nos lo develará cuando sea el momento.

Se puso de pie y vino hacia mí, tomó mi mano, me ayudó a incorporarme y nos pusimos a caminar a la deriva, guiados por la brisa o quizá por el destino mismo que nos transportaba sin pedirnos autorización, nunca lo hace, el destino se presenta y te conduce y tú no debes resistirte pues, tal como dijo la niña, escrito está...

-Scriptum est- le dije y ella sonrió.

Al cabo de siete días de agotadora caminata, ambos en completo mutismo, llegamos a las inmediaciones de una ciudadela.

-Nunca esperes nada de nadie, así no sufrirás decepciones. Ama, pero sin condiciones, no esperes que te devuelvan amor- Dijo sin más. No comprendí qué intentaba decirme y me quedé en silencio.

Nos internamos en la ciudadela en busca de alguna posada o taberna donde nos pudieran facilitar algo de comer y beber. Mi cayado y mi aspecto me manifestaban como druida, así es que no fue difícil procurarnos un trozo de pan caliente, algo de vino y un lugar bajo techo donde guarecernos. Saciado nuestro apetito, nos recostamos en un rincón. Tratando de abrigarla con la tibieza de mi cuerpo, la arrimé a mi pecho y la envolví con mis brazos; gracias al calor que mutuamente nos proporcionábamos, nos tardamos en dormirnos. En mi viaje onírico, la niña y yo estábamos sentados pero suspendidos en el aire; ella me decía:

-Juntos construimos una gran torre que ordenará el curso de los vientos. Seremos un uno, indivisibles… eso pude descifrar del extenso libro de nuestra vida.

De pronto, el estado de onírica levitación, se vio interrumpido por gritos de auxilio y alaridos amenazadores que provenían del mundo real. Me desperté asustado, y con sumo cuidado para no interrumpir su sueño, ubiqué a la niña a un lado. Por una ventanilla penetraba una luz rojiza, también olor a chamuscado junto a una humareda negra y espesa. Cuando alcancé a mirar el exterior, un vaho ardiente azotó mi cuerpo. Afuera todo estaba en llamas. Me puse en alerta, semejante infierno no podía haber sido desatado sino por las huestes de EL LÁTIGO DE LUCIFER. En medio de mis cavilaciones, entró al lugar donde nos encontrábamos, el mismísimo BELCEBAAL, quien poniendo la ensangrentada punta de su espada en mi garganta me dijo:

- ¡Apártate de mi camino, viejo orate u olvidaré que tengo orden de no tocar a los dementes como tú! - Su mirada se había posado en la niña.

- ¡No te atrevas a tocarla, criatura del demonio, es un ángel!- Exclamé desafiante. Al oír mis gritos, la bestia contenida en esa descomunal corpulencia se encolerizó, levantó su espada y la descargó sobre mí con tanta violencia que me quebró la clavícula izquierda. El impacto me derribó. La herida era profunda, una hemorragia incontrolable brotaba de ella.

BELCEBAAL, despreocupándose de mí, se dirigió hacia la niña que estaba acurrucada contra la pared, presa del pánico. El maldito, con un certero y único tajo, cortó sus ropas, cayendo estas al piso y dejándola expuesta en su desnudez. Se la echó al hombro dispuesto a llevársela como si fuera un trofeo-botín. Justo en ese instante apareció en la entrada, espada en mano, EL LÁTIGO DE LUCIFER. Me echó una ojeada, y dirigiéndose a BELCEBAAL dijo:

-¿Te atreviste a tocar al druida? ¿Desobedeciste mis órdenes? ¡Suelta a la niña, ella no es para ti!

Sin ánimo de renunciar a su trofeo, BELCEBAAL protestó:

-El trato fue que lo que yo encontrará sería para mí ¡Y la niña será mía, aunque para ello tenga que desparramar tus tripas por todo este cuartucho! - refutó BELCEBAAL, que no estaba dispuesto a renunciar a su trofeo.

EL LÁTIGO DE LUCIFER, le asestó tan tremenda estocada que le atravesó el abdomen de lado a lado. Con mucha delicadeza y ternura, cargó en sus brazos a la niña y dando la espalda al moribundo BELCEBAAL, dijo en un soliloquio monótono:

-Años llevo recorriendo cada metro de este mundo polvoriento, regando odio, destrucción y muerte. Deseo amar, lo percibo… Tú eres el amor- acarició con devoción los cabellos de la niña, ocasión que aprovechó el “leal” BELCEBAAL para, en un último esfuerzo, hundir su espada en el dorso de EL LÁTIGO DE LUCIFER hasta tocar su pulmón e hiriendo mortalmente su corazón. El hombre-bestia que aterrorizara al mundo entero en nombre de los demonios del averno, cayó gradualmente de rodillas, depositó con delicadeza a la niña en el piso y se desplomó de bruces.

La niña, llorando, se acercó a rastras al cadáver de su salvador y besó su nuca. En ese instante, ambos cadáveres iniciaron el proceso de desintegración hasta quedar convertidos en arena.

La niña vino hacia mí, vendó mi hombro con jirones de lo que quedaba de sus vestidos. Cuando salimos del habitáculo, no había otra cosa que un desierto infinito.

–Vamos, debemos seguir viviendo lo que escrito está- dijo, rompiendo el silencio.

Dos plumas blancas se depositaron en medio de ellos…



(Pieza única. Año 2013. Medidas: 80 X 57 cms. Precio $.600 dólares americanos)